Nora Iniesta y Daniel Santoro
hablan de la recuperación de la iconografía peronista en el arte y explican los prejuicios que llevaron a su ausencia en el mundo de la cultura.
Parecen tiempos de auge del imaginario peronista. Después de años de alusiones, olvidos y exclusiones deliberadas, hoy distintos rincones de la cultura ponen en escena sus discursos, figuras, íconos y estereotipos. Desde las obras teatrales de Ricardo Bartís y Alejandro Tantanian, la literatura de Juan Diego Incardona y Carlos Godoy, hasta el fenómeno Capusotto e incluso el furor del movimiento de blogs peronistas.Nora Iniesta y Daniel Santoro saben de qué se trata. Ellos son, podría decirse, la Eva y el Juan Domingo del arte argentino. Con obras que remiten a la infancia, la patria, los pizarrones escolares y las escarapelas, con materiales y técnicas simples como el collage, Iniesta se apropia de la imagen de Evita, buscando reconstruir los recuerdos y sensaciones de su propia infancia. Santoro, por su parte, recupera en sus obras la mayor parte de la iconografía de los primeros dos gobiernos peronistas. El descamisado, el auto justicialista, el guardapolvo blanco, la heladera Siam, la casita peronista, el Pulqui, son objetos privilegiados en sus pinturas que ayudan a reconstruir aquel mundo peronista.“Por fin, después de muchos años, hay una apropiación legítima de Perón”, dice Santoro. “No desde lo estrictamente político ni desde cierta actitud militante. Su abordaje, antes que nada, implica el reconocimiento del peronismo como un fenómeno cultural y social que nos pertenece, del que podemos apropiarnos y que permite una síntesis para explicar cierta argentinidad.” Los artistas coinciden en el carácter mutante del peronismo. Una capacidad de apropiación y una ductilidad que lo vuelven indestructible y, al mismo tiempo, complejo de entender. ¿Qué puede aportar el arte para develar el enigma de un fenómeno histórica e incansablemente explicado por politólogos, historiadores y sociólogos? “Sólo mayor confusión”, reconocen entre risas los artistas.–¿Cuál es el desafío de dar forma a través del arte a los significados latentes y cambiantes que conforman al peronismo?–Daniel Santoro: Hay un intento de apropiación de esa imagen. El peronismo se constituye desde hace muchos años como nuestro gran relato histórico. Esto lo decía Guillermo Saccomano. Tiene todos los componentes: a Eva, a las zonas oscuras como la Triple A o López Rega, y a la luminosidad como la tarea social. Eso es un gran relato histórico, la capacidad de ser abordado de distintas maneras y con juicios tan diversos. Para muchos es el castigo de la Argentina y para otros, la bendición. Esa posibilidad tan diversa es la que alimenta los distintos abordajes. –¿Qué es lo que otorga vigencia al peronismo?–Santoro: El peronismo tiene una plasticidad, una flexibilidad que permite hacer de él cualquier lectura. No expulsa a nadie, absorbe todo. Así, alimenta los grandes íconos universales y su imaginario social es como una especie de fábrica. Por ejemplo, la casita peronista es un chalecito californiano que no tiene nada que ver con nosotros, es el nivel de confort del suburbano de Los Ángeles. Sin embargo, acá se conforma como el nivel de confort peronista. Esa capacidad de apropiación es básica del peronismo, una especie de posta, no le hace asco a nada, nada lo contamina. Por tomar cosas del fascismo, no se vuelve más fascista, sino que simplemente se vuelve más peronista. Es una especie de imaginario político radioactivo: en vez de contaminarse, todo lo que se apropia se vuelve peronismo y no a la inversa. Eso ocurre incluso socialmente; la gente tiene que aclarar que no es peronista. Es difícil que uno aclare que es peronista. –En este sentido, ¿ustedes sienten necesario aclarar los límites entre la militancia y el arte?–Santoro: Lo debés aclarar, porque si no, el acercamiento al arte se da desde otro lugar. Para mí la política y la militancia son un componente. Pero yo no trabajo el peronismo desde el punto de vista de la política, sino desde cierta visión de la cultura. El peronismo funciona como un gran relato histórico. Y, de última, el tema siempre es una excusa.–Nora Iniesta: Siempre es una excusa. Yo no vengo de una familia peronista, pero sí se basa toda mi iconografía en mi propia infancia. Porque Evita era una persona tan querida como odiada y yo desde mis tres, cuatro años empecé a sentir una cierta curiosidad, y tengo una mirada con gran afecto a alguien que muere tan joven y que de algún modo tuvo una trinchera bastante interesante que es ayudar y apoyar a la niñez y a la tercera edad, dos cosas que aún hoy siguen estando completamente olvidadas y desprotegidas.–Hay cierta ausencia del peronismo en el arte argentino. ¿Por qué creen que gran cantidad de artistas lo excluyeron de su repertorio? –Iniesta: Creo que es una cuestión de prejuicios. Mi interés surge más espontáneamente, por mi propia infancia, el contacto con Evita. Pero el prejuicio está también en el público. En mi muestra Evita maestra recorre el país, que son como cuadros cinematográficos en los que, a través del collage, recreo distintos paisajes que corresponden a su vida, muchas veces escuchaba a la gente decir: “¿Evita maestra?, ¿maestra de qué?” o cosas así. El arte político se castiga menos si está relacionado con la izquierda, pero hay mucho más prejuicio si está vinculado con el peronismo.–Santoro: Sí, hay mucho de prejuicio, de racismo, sobre todo en el arte. El arte no lo quiso apropiar hasta hace pocos años. Era un abordaje imposible. En el mundo de la plástica, el peronismo no entraba, era un lugar oscuro al que nadie quería acercarse. Hubo por supuesto artistas como Carlos Gorriarena o Nicolás García Uriburu que hicieron cosas pero no metiéndose intensivamente. La cuestión está sobre todo en la incapacidad de apropiación de nuestro mundo de la cultura. Siempre se prefirió al arte político entendido como arte de izquierda. Si estabas cercano al PC tenías como una garantía de que estabas en el arte político. Pero el peronismo no calificaba. Una forma de huir del peronismo era decir que tenía una estética fascista. Yo por eso en muchos cuadros ironizo con eso, satirizo, cargo los cuadros para que eso explote un poco. Es una operación como de autolimpieza. Hay un pibe que tiene un blog que se llama Anarkoperonismo, que dice que es mucho más provocador cantar la marcha peronista que cantar la Internacional. La Internacional tiene una aprobación que le da hasta cierto glamour. En cambio, el peronismo no cierra por ningún lado, es la negritud.–Es darle visibilidad a los gronchos, digamos.–Santoro: Exactamente. Y eso, desde el punto de vista de la cultura, no es posible. Con el negro étnico está todo bárbaro, pero el cabeza no tiene visibilidad de ningún tipo. Este tema de los morochos, y del cabeza fundamentalmente, es el tema civilización y barbarie. Por eso La vuelta del malón, es un cuadro que emblematiza ese instante en que se termina la barbarie y aparece la civilización. Roca construye un desierto, un terreno civilizado. Y de golpe irrumpen estos cabezas, estos descendientes de los indios, estos mestizos que parecía que estaban desaparecidos. La vuelta del malón, la verdadera y que podríamos decir definitiva, fue el 17 de octubre. Y cuando los ven venir, como (Ernesto) Sanmartino, el diputado radical, dicen que viene un aluvión zoológico. Por eso en el cuadro yo pongo al centauro, para representar esa supuesta animalidad irreductible de esta gente que reaparece nuevamente y que funda el peronismo. –¿El peronismo es una forma de vuelta del malón?–Santoro: Claro, los indios del malón son protoperonistas si se quiere, incluso ya quemaban iglesias. En mi cuadro, por ejemplo, están llevándose a Victoria Ocampo que es otro malón en la cultura. El peronismo es un lugar no homologable de la cultura. Entonces volvemos a la pregunta de por qué el peronismo no aparece en el arte. Porque es tan temido como son temidos los malones. Nos vienen a sacar toda nuestra cultura europea, tenemos un palacete racionalista y francés, somos cultos y no necesitamos de estos salvajes que vaya uno a saber qué malas noticias nos traen de la oscuridad de La Pampa. Siempre lo que hay en el mundo de la cultura es un lugar no homologable, que nosotros ya tenemos, somos cultura occidental. Entonces, no queremos que nos sumerjan en ese mundo latinoamericano que no merecemos, porque nosotros en realidad venimos de los inmigrantes europeos y no tenemos nada que ver con estos negros peruanos, paraguayos.–Por eso sigue siendo tan grande el racismo que hay en el país.–Santoro: Exactamente. Y por eso Argentina no califica como país latinoamericano culturalmente. Podés hablar de México, Colombia, Brasil y hasta de Uruguay, pero Argentina no. Es un quilombo nuestro porque no terminan de juntarse nuestros mundos, no se metabolizan. Todos los países han traído a Europa pero han hecho una metabolización y surgen culturas locales definidas. Nuestra cultura local siempre está desbalanceándose, y debatiendo en esa vieja consigna sarmientina de civilización y barbarie. –Iniesta: Dirás civilización o barbarie.–Santoro: Pero son las dos cosas. El peronismo es un mensajero de la barbarie y un agente civilizador, también. Funciona como en una interfase. Entonces, según como lo veas, es el gran constructor de escuelas, y sin embargo es mensajero de la barbarie también. Por eso es fuente de debate. El eje central es el racismo ramplón pero inconfesable, porque acá parece que nadie es fascista. Somos todos superevolucionados.–Sin embargo, basta con prender la tele y ver la cobertura periodística de una marcha piquetera para pensar lo contrario.–Santoro: Claro. Siempre hay algo salvaje, hay violencia, y el lenguaje se liga a eso. En cambio, una marcha de rubios nunca tiene ese problema. El antiperonismo está más vivo que el peronismo. Ese peronismo que generó el antiperonismo ya murió hace rato, se ha mutado infinitamente, es un dato histórico nada más. Sin embargo, el antiperonismo que se generó sigue vigente tal cual, no ha variado en absolutamente nada.–¿Ese antiperonismo está vigente en la política, en la sociedad y también en el arte?–Santoro: En el mundo del arte o del coleccionismo no tiene el mismo efecto. Hay muchos antiperonistas que compran cuadros de ella o míos. No sé cómo funciona, hay otra lectura de nuestras obras. Mi obra fue vista por algunas revistas internacionales y eso a los coleccionistas les llama la atención, lo entienden como una homologación externa, porque afuera no está el prejuicio que hay aquí.–
Parecen tiempos de auge del imaginario peronista. Después de años de alusiones, olvidos y exclusiones deliberadas, hoy distintos rincones de la cultura ponen en escena sus discursos, figuras, íconos y estereotipos. Desde las obras teatrales de Ricardo Bartís y Alejandro Tantanian, la literatura de Juan Diego Incardona y Carlos Godoy, hasta el fenómeno Capusotto e incluso el furor del movimiento de blogs peronistas.Nora Iniesta y Daniel Santoro saben de qué se trata. Ellos son, podría decirse, la Eva y el Juan Domingo del arte argentino. Con obras que remiten a la infancia, la patria, los pizarrones escolares y las escarapelas, con materiales y técnicas simples como el collage, Iniesta se apropia de la imagen de Evita, buscando reconstruir los recuerdos y sensaciones de su propia infancia. Santoro, por su parte, recupera en sus obras la mayor parte de la iconografía de los primeros dos gobiernos peronistas. El descamisado, el auto justicialista, el guardapolvo blanco, la heladera Siam, la casita peronista, el Pulqui, son objetos privilegiados en sus pinturas que ayudan a reconstruir aquel mundo peronista.“Por fin, después de muchos años, hay una apropiación legítima de Perón”, dice Santoro. “No desde lo estrictamente político ni desde cierta actitud militante. Su abordaje, antes que nada, implica el reconocimiento del peronismo como un fenómeno cultural y social que nos pertenece, del que podemos apropiarnos y que permite una síntesis para explicar cierta argentinidad.” Los artistas coinciden en el carácter mutante del peronismo. Una capacidad de apropiación y una ductilidad que lo vuelven indestructible y, al mismo tiempo, complejo de entender. ¿Qué puede aportar el arte para develar el enigma de un fenómeno histórica e incansablemente explicado por politólogos, historiadores y sociólogos? “Sólo mayor confusión”, reconocen entre risas los artistas.–¿Cuál es el desafío de dar forma a través del arte a los significados latentes y cambiantes que conforman al peronismo?–Daniel Santoro: Hay un intento de apropiación de esa imagen. El peronismo se constituye desde hace muchos años como nuestro gran relato histórico. Esto lo decía Guillermo Saccomano. Tiene todos los componentes: a Eva, a las zonas oscuras como la Triple A o López Rega, y a la luminosidad como la tarea social. Eso es un gran relato histórico, la capacidad de ser abordado de distintas maneras y con juicios tan diversos. Para muchos es el castigo de la Argentina y para otros, la bendición. Esa posibilidad tan diversa es la que alimenta los distintos abordajes. –¿Qué es lo que otorga vigencia al peronismo?–Santoro: El peronismo tiene una plasticidad, una flexibilidad que permite hacer de él cualquier lectura. No expulsa a nadie, absorbe todo. Así, alimenta los grandes íconos universales y su imaginario social es como una especie de fábrica. Por ejemplo, la casita peronista es un chalecito californiano que no tiene nada que ver con nosotros, es el nivel de confort del suburbano de Los Ángeles. Sin embargo, acá se conforma como el nivel de confort peronista. Esa capacidad de apropiación es básica del peronismo, una especie de posta, no le hace asco a nada, nada lo contamina. Por tomar cosas del fascismo, no se vuelve más fascista, sino que simplemente se vuelve más peronista. Es una especie de imaginario político radioactivo: en vez de contaminarse, todo lo que se apropia se vuelve peronismo y no a la inversa. Eso ocurre incluso socialmente; la gente tiene que aclarar que no es peronista. Es difícil que uno aclare que es peronista. –En este sentido, ¿ustedes sienten necesario aclarar los límites entre la militancia y el arte?–Santoro: Lo debés aclarar, porque si no, el acercamiento al arte se da desde otro lugar. Para mí la política y la militancia son un componente. Pero yo no trabajo el peronismo desde el punto de vista de la política, sino desde cierta visión de la cultura. El peronismo funciona como un gran relato histórico. Y, de última, el tema siempre es una excusa.–Nora Iniesta: Siempre es una excusa. Yo no vengo de una familia peronista, pero sí se basa toda mi iconografía en mi propia infancia. Porque Evita era una persona tan querida como odiada y yo desde mis tres, cuatro años empecé a sentir una cierta curiosidad, y tengo una mirada con gran afecto a alguien que muere tan joven y que de algún modo tuvo una trinchera bastante interesante que es ayudar y apoyar a la niñez y a la tercera edad, dos cosas que aún hoy siguen estando completamente olvidadas y desprotegidas.–Hay cierta ausencia del peronismo en el arte argentino. ¿Por qué creen que gran cantidad de artistas lo excluyeron de su repertorio? –Iniesta: Creo que es una cuestión de prejuicios. Mi interés surge más espontáneamente, por mi propia infancia, el contacto con Evita. Pero el prejuicio está también en el público. En mi muestra Evita maestra recorre el país, que son como cuadros cinematográficos en los que, a través del collage, recreo distintos paisajes que corresponden a su vida, muchas veces escuchaba a la gente decir: “¿Evita maestra?, ¿maestra de qué?” o cosas así. El arte político se castiga menos si está relacionado con la izquierda, pero hay mucho más prejuicio si está vinculado con el peronismo.–Santoro: Sí, hay mucho de prejuicio, de racismo, sobre todo en el arte. El arte no lo quiso apropiar hasta hace pocos años. Era un abordaje imposible. En el mundo de la plástica, el peronismo no entraba, era un lugar oscuro al que nadie quería acercarse. Hubo por supuesto artistas como Carlos Gorriarena o Nicolás García Uriburu que hicieron cosas pero no metiéndose intensivamente. La cuestión está sobre todo en la incapacidad de apropiación de nuestro mundo de la cultura. Siempre se prefirió al arte político entendido como arte de izquierda. Si estabas cercano al PC tenías como una garantía de que estabas en el arte político. Pero el peronismo no calificaba. Una forma de huir del peronismo era decir que tenía una estética fascista. Yo por eso en muchos cuadros ironizo con eso, satirizo, cargo los cuadros para que eso explote un poco. Es una operación como de autolimpieza. Hay un pibe que tiene un blog que se llama Anarkoperonismo, que dice que es mucho más provocador cantar la marcha peronista que cantar la Internacional. La Internacional tiene una aprobación que le da hasta cierto glamour. En cambio, el peronismo no cierra por ningún lado, es la negritud.–Es darle visibilidad a los gronchos, digamos.–Santoro: Exactamente. Y eso, desde el punto de vista de la cultura, no es posible. Con el negro étnico está todo bárbaro, pero el cabeza no tiene visibilidad de ningún tipo. Este tema de los morochos, y del cabeza fundamentalmente, es el tema civilización y barbarie. Por eso La vuelta del malón, es un cuadro que emblematiza ese instante en que se termina la barbarie y aparece la civilización. Roca construye un desierto, un terreno civilizado. Y de golpe irrumpen estos cabezas, estos descendientes de los indios, estos mestizos que parecía que estaban desaparecidos. La vuelta del malón, la verdadera y que podríamos decir definitiva, fue el 17 de octubre. Y cuando los ven venir, como (Ernesto) Sanmartino, el diputado radical, dicen que viene un aluvión zoológico. Por eso en el cuadro yo pongo al centauro, para representar esa supuesta animalidad irreductible de esta gente que reaparece nuevamente y que funda el peronismo. –¿El peronismo es una forma de vuelta del malón?–Santoro: Claro, los indios del malón son protoperonistas si se quiere, incluso ya quemaban iglesias. En mi cuadro, por ejemplo, están llevándose a Victoria Ocampo que es otro malón en la cultura. El peronismo es un lugar no homologable de la cultura. Entonces volvemos a la pregunta de por qué el peronismo no aparece en el arte. Porque es tan temido como son temidos los malones. Nos vienen a sacar toda nuestra cultura europea, tenemos un palacete racionalista y francés, somos cultos y no necesitamos de estos salvajes que vaya uno a saber qué malas noticias nos traen de la oscuridad de La Pampa. Siempre lo que hay en el mundo de la cultura es un lugar no homologable, que nosotros ya tenemos, somos cultura occidental. Entonces, no queremos que nos sumerjan en ese mundo latinoamericano que no merecemos, porque nosotros en realidad venimos de los inmigrantes europeos y no tenemos nada que ver con estos negros peruanos, paraguayos.–Por eso sigue siendo tan grande el racismo que hay en el país.–Santoro: Exactamente. Y por eso Argentina no califica como país latinoamericano culturalmente. Podés hablar de México, Colombia, Brasil y hasta de Uruguay, pero Argentina no. Es un quilombo nuestro porque no terminan de juntarse nuestros mundos, no se metabolizan. Todos los países han traído a Europa pero han hecho una metabolización y surgen culturas locales definidas. Nuestra cultura local siempre está desbalanceándose, y debatiendo en esa vieja consigna sarmientina de civilización y barbarie. –Iniesta: Dirás civilización o barbarie.–Santoro: Pero son las dos cosas. El peronismo es un mensajero de la barbarie y un agente civilizador, también. Funciona como en una interfase. Entonces, según como lo veas, es el gran constructor de escuelas, y sin embargo es mensajero de la barbarie también. Por eso es fuente de debate. El eje central es el racismo ramplón pero inconfesable, porque acá parece que nadie es fascista. Somos todos superevolucionados.–Sin embargo, basta con prender la tele y ver la cobertura periodística de una marcha piquetera para pensar lo contrario.–Santoro: Claro. Siempre hay algo salvaje, hay violencia, y el lenguaje se liga a eso. En cambio, una marcha de rubios nunca tiene ese problema. El antiperonismo está más vivo que el peronismo. Ese peronismo que generó el antiperonismo ya murió hace rato, se ha mutado infinitamente, es un dato histórico nada más. Sin embargo, el antiperonismo que se generó sigue vigente tal cual, no ha variado en absolutamente nada.–¿Ese antiperonismo está vigente en la política, en la sociedad y también en el arte?–Santoro: En el mundo del arte o del coleccionismo no tiene el mismo efecto. Hay muchos antiperonistas que compran cuadros de ella o míos. No sé cómo funciona, hay otra lectura de nuestras obras. Mi obra fue vista por algunas revistas internacionales y eso a los coleccionistas les llama la atención, lo entienden como una homologación externa, porque afuera no está el prejuicio que hay aquí.–
Iniesta: Porque está reconocido internacionalmente. Evita y Perón son Argentina. No hay otro movimiento histórico que pueda homologarse al peronismo.–Santoro: Claro, si vos hablás de peronismo, hablás de Argentina. Afuera, el peronismo es visto como un producto cultural argentino y no solamente político. Es como el fútbol y el tango.–¿Creen que desde el arte se puede hacer un aporte a la política y a la construcción de un imaginario nacional?–
Iniesta: No deliberadamente, pero creo que uno lo que siempre intenta es aportar a esa construcción.–Santoro: Particularmente, como propuesta conceptual, quiero que mi obra se incorpore al imaginario político del peronismo. No tengo propiedad de las imágenes ni exijo algo a cambio, sino que simplemente estén ahí, como el escudo justicialista. Algunas cosas se van incorporando al imaginario, como el descamisado gigante, pero es difícil una acción directa sobre la política.
No lo lograron los rusos ni los chinos. El arte camina por otro lado, podría no existir y no pasaría nada.
Fuente: www.elargentino.com
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